viernes, 28 de septiembre de 2012

Reflexión SOBRE LA «FRÓNESIS» DE ARISTÓTELES EN LA FORMACIÓN SACERDOTAL




 Por: Pbro. Martín González Soria
Rector

INTRODUCCIÓN
Uno de los retos que se presentan en la formación de los futuros sacerdotes en la época actual, estriba en que la misma formación sea atrayente y se viva de una manera virtuosa, plena y, en consecuencia, feliz.
Pero, ¿qué medios o qué formas ofrecer para que dicha formación sea significativa para los jóvenes de hoy? Esta es una cuestión que, de una u otra manera, vuelve a la mente de los formadores una y otra vez, ya que no resulta fácil vivir así la misma formación sacerdotal.
Lo que pretendo realizar y presentar en este sencillo artículo es una opción, a partir del concepto de «frónesis» de Aristóteles, que nos ayude a que la formación de los seminaristas se traduzca en actos concretos que sean buenos, en orden a llevar una vida virtuosa y feliz.
La metodología que seguiré para la elaboración de esta exposición será la de: ver, juzgar y actuar. De esta manera, comenzaré exponiendo brevemente mi propia experiencia sobre la situación de los jóvenes que entran en el seminario (ver), para después, iluminar esa realidad con algunos puntos sobre la «frónesis» de Aristóteles (juzgar), para, finalmente, aportar unas sencillas recomendaciones prácticas que nos ayuden a hacer de cada seminarista hombres que elijan el bien y la virtud por sí mismas y de una manera libre y voluntaria (actuar).
1.     VER
A partir de mi experiencia de ocho años en la formación de los futuros sacerdotes, es decir, jóvenes seminaristas entre los 15 y 30 años de edad, cada vez percibo con más convencimiento la necesidad de que la formación, al mismo tiempo de estar fincada sobre fundamentos que nos ofrecen los mismos documentos eclesiales que afrontan y profundizan en los temas formativos, también se traduzcan en la vida de cada uno de los seminaristas  en actos convincentes y  atrayentes, que sean como la lógica consecuencia de vivir una formación plena, virtuosa y feliz. 
Al estudiar e ir reflexionando sobre los temas que nos propone Aristóteles en su Ética a Nicómaco, me llamó fuertemente la atención que los mismos pueden ser de gran ayuda para la formación de los jóvenes seminaristas, sobre todo en este cambio de época en que el ser humano no entiende lo que sucede en el mundo, porque siente que los esquemas que usa para explicarse la realidad ya no le sirven y, mientras encuentra otros esquemas nuevos, se da un vacío, un desorden, a veces hasta un caos[1]. ¿No es esto lo que estamos viviendo y percibiendo, sobre todo los jóvenes? En efecto,  este cambio de época ha creado una fuerte despersonalización, desencanto y falta de fundamento y de sentido en muchos de los jóvenes de hoy. De esta realidad no están exentos las vocaciones que hoy piden ingresar al seminario, ya que están fuertemente influenciados por lo que están viviendo, como hijos de su tiempo que son.
Uno de los temas que aborda Aristóteles y en el que quiero hacer mayor énfasis es el tema de la «frónesis». De esta manera nos preguntamos, ¿Qué elementos ofrecer en la formación desde el buen uso de la razón que se traduzca en actos buenos y virtuosos?, ¿cómo lograr que los actos diarios de los seminaristas se caractericen por una buena dosis de sabiduría y prudencia?, en definitiva, ¿cómo hacer para que los seminaristas lleven una vida virtuosa y sepan elegir bien, haciendo buen uso de su libertad y voluntad con respecto a lo que exige la formación sacerdotal y así llevar una formación feliz? Me hago este tipo de preguntas porque hoy en día es muy difícil y hasta ingenuo, debido a lo que he mencionado sobre la realidad de los jóvenes que ingresan al seminario, pensar que con un reglamento interno de formación y disciplina, bastará para hacer que automáticamente se viva un estilo de respuesta vocacional virtuosa, sabia y prudente; ya que los seminaristas, más que reglamentos impuestos desde fuera, exigen razones objetivas y válidas para llevar a cabo en el día a día, tal estilo de vida.
2.     JUZGAR
Teniendo como base a Aristóteles, he aprendido que la  «frónesis» consiste en vivir la sabiduría práctica, es decir, en esa  capacidad intelectual de relacionar la sabiduría con las cosas prácticas, en saber determinar cuál es la virtud o el término medio en las  circunstancias de la vida, parafraseando al mismo Aristóteles quien afirmaba que la virtud estaba en el medio y constituía el equilibrio entre el exceso y el defecto (in medio virtus)[2]. Así, la «frónesis» representa la eficacia intelectual de una mente lúcida y práctica al mismo tiempo, organizada y con sentido común. Lleva consigo la posesión de un hábito en la persona que lo guía a elegir apropiadamente, a evaluar la existencia de un tiempo y un lugar apropiado para hacer las cosas. En otras palabras, es «una disposición, acompañada de razón justa, dirigida hacia la acción y con referencia a lo que es bueno o malo para el hombre»[3]. Queda claro en las definiciones expuestas que la frónesis es una virtud que se muestra en la acción y que le permite a la persona tomar el mejor provecho del momento para su crecimiento.
En este sentido afirmamos que vivir una vida ética equivale a estar continuamente haciendo procesos de reflexión en contexto con las diversas circunstancias que nos presente la vida, en orden a saber tomar la mejor o las mejores decisiones, discerniendo qué es lo bueno y mejor  por sí mismo, no sólo para mí, sino también que tenga una consecuencia buena hacia los demás. De esta manera, confirmamos que el hombre justo es aquel que bajo cualquier circunstancia y en cualquier situación, practica la virtud, y este modo de proceder lo llevará a la felicidad, a ser un hombre feliz. Es importante señalar que en estos procesos de reflexión y discernimiento, la deliberación es imprescindible, entendida como esa capacidad personal, como esa sabiduría práctica que me ha de llevar a «separar», a  «tener claro»,  qué es lo que, en un sinfín de entramados circunstanciales, sí se puede cambiar y, por el contrario qué es lo que no se puede cambiar. En referencia a esto, Aristóteles señala que la deliberación siempre será sobre los medios y no sobre los fines; es decir, es indispensable conocer y separar los medios de los fines en orden a que nuestras decisiones razonadas y sabias siempre tiendan a elegir lo bueno y mejor sobre los medios, porque en ellos sí podemos influir y hacer algo, mientras que los fines son ya situaciones dadas y acabadas en las que no podemos deliberar[4]. Esta doctrina arroja una fuerte luz para hacer prevalecer la vida ética virtuosa frente al impulso de lo irreflexivo e irracional, de la conveniencia y del egoísmo, tan fuertemente marcados en muchos de los jóvenes de hoy.

3.     ACTUAR
Teniendo cuenta, en primer lugar, la realidad de los jóvenes seminaristas, a groso modo presentada y la «frónesis» de Aristóteles, nos preguntamos: ¿cómo hacer atrayente a los jóvenes una vida virtuosa?, ¿de qué manera presentarles la necesidad de actuar en cada circunstancia, teniendo en cuenta la sabiduría práctica?, ¿cómo hacer para que en su vida de formación sean reflexivos y elijan el bien y lo mejor para ser felices?, ¿seguirá teniendo validez educar a los jóvenes a través de premios y castigos simplemente?, ¿es suficiente con que la formación se limite al cumplimiento fiel de las normas, pero tal vez por presión externa o por miedo a que no se llame la atención, si no se hace tal o cual cosa, dejando la virtud y la convicción aparte?
Desde mi experiencia, considero que la educación a base de premios y castigos funciona mejor en la etapa de la infancia, pero llega un momento en que en el proceso evolutivo de la persona, esta manera de proceder, lejos de ayudar a su crecimiento y formación, puede ser contraproducente, ya que sería nocivo hacer depender siempre y en todo momento el buen comportamiento sólo a través de factores externos.
En los jóvenes se hace necesario un crecimiento a través de la atracción por los valores y virtudes en sí mismos, es decir, el realizar las cosas por convicción, responsabilidad y libertad. En efecto, se hace cada vez más necesario presentar a los jóvenes la belleza, atracción y perfección de los valores por sí mismos, de manera que la voluntad tienda, como naturalmente, hacia ellos, encontrando en los mismos la plena satisfacción y felicidad de llevar una vida virtuosa.  Para esto se hace necesaria la educación, que en nuestro contexto seminarístico sería la formación, de una manera especial la formación personalizada de la conciencia, en el acompañamiento continuo de los seminaristas de parte del formador, quien ha de jugar el papel del pedagogo, de aquél que sabe «educere», es decir, tirar o sacar fuera las cualidades y bondad que cada joven lleva consigo, y al mismo tiempo, hacer ver con paciencia la consecuencia de los actos egoístas y, en contraposición con esto,  la consecuencia de llevar una vida virtuosa.
Además de esto, los jóvenes de hoy se caracterizan por aceptar fuertes retos e ideales altos y sublimes, qué reto y desafío el de poner de frente a ellos la belleza de una vida virtuosa, honesta y sensata, a través de las elecciones llenas de sabiduría que exigen las circunstancias propias de la formación; qué reto el de formarse como auténticos hombres que sepan reflexionar, poniendo ante sí las ventajas de una vida virtuosa que los lleve a ser ellos  mismos en la elección de lo bueno y las desventajas de una vida viciosa o egoísta donde no hay un modo de ser adecuado para distinguir lo bueno de lo malo, siendo el objeto de su voluntad cualquier cosa.
En este sentido, considero que metodológicamente no es oportuno y acertado hacer que los jóvenes realicen lo que se les pide sólo bajo el argumento de que  se tiene que hacer o porque lo dice la autoridad, o porque si no hacen tal o cual cosa, se les castiga, ya que la mayoría de ellos mostrarán reticencias y tal vez harán las cosas pero presionados externamente y sin que de verdad las quieran hacer, cayendo, por ende, en una formación forzada o fincada en el miedo más que en la libertad y en la virtud. Siguiendo a Aristóteles, lo oportuno sería comenzar reflexionando, junto con ellos, a través de ese acompañamiento personalizado,  las razones  en las que encontrarán la conveniencia, y no sólo la conveniencia sino lo bueno, lo bello, lo perfecto, en una palabra la virtud que los llevará a una vida feliz y convencida para que, de este modo, la formación entonces sí permee en ellos y no sea sólo una imposición desde fuera que se centre en fiel cumplimiento de las normas.
De esta manera, ellos mismos podrían elegir el bien y reflexionar en cada momento y circunstancia, la elección éticamente mejor por la que han de optar. En consecuencia, el estar en el seminario supone, pues, el estar bien en el seminario, o sea trascender el puro estar de la naturaleza hacia un estar edificado en la felicidad que se traduce en los actos virtuosos que realizamos.
CONCLUSIÓN
Sin duda, la realidad no es tan sencilla como se describe en la tinta de los libros o de los cuadernos, siendo así que no es tan sencillo llegar a ser un hombre virtuoso y saber actuar de acuerdo a la prudencia práctica en cada circunstancia.
Sin embargo, esta sencilla exposición ha querido ser un aporte que pueda brindar algunos elementos en la formación de los jóvenes, en orden  a que la misma formación sea vivida de una mejor manera, haciendo jóvenes virtuosos y felices, convencidos de optar siempre por el bien y lo mejor para sí mismos y reflejándolo en el trato asiduo dentro de una comunidad.
Seguramente Aristóteles seguirá siendo un referente para muchos temas, debido a su claridad y sabiduría para exponer su doctrina, así como su universalidad y lógica que utiliza en los mismos, con razón Herodoto lo llamó: «Maestro de aquellos que saben».













BIBLIOGRAFÍA


·        CELAM, Documento de Aparecida. Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida, Dabar, México 2007.


·        ARISTÓTELES, Ética nicomáquea. Ética eudemia, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 1985. 172-175.


·        RODRIGO LUÑO Ángel, Ética, Eunsa, Pamplona 19915.



[1] CELAM, Documento de Aparecida. Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida, Dabar, México 2007. Núm. 44.
[2] Cf. ARISTÓTELES, Ética nicomáquea. Ética eudemia, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 1985. 172-175.
[3] Ibidem. 275-276.
[4] Ibidem. 187-190.

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