Por: Pbro. Martín González Soria
Rector
INTRODUCCIÓN
Uno de los retos que se presentan en la formación de los futuros
sacerdotes en la época actual, estriba en que la misma formación sea atrayente
y se viva de una manera virtuosa, plena y, en consecuencia, feliz.
Pero, ¿qué medios o qué formas ofrecer para que dicha formación sea
significativa para los jóvenes de hoy? Esta es una cuestión que, de una u otra
manera, vuelve a la mente de los formadores una y otra vez, ya que no resulta
fácil vivir así la misma formación sacerdotal.
Lo que pretendo realizar y presentar en este sencillo artículo es una
opción, a partir del concepto de «frónesis» de Aristóteles, que nos ayude a que
la formación de los seminaristas se traduzca en actos concretos que sean
buenos, en orden a llevar una vida virtuosa y feliz.
La metodología que seguiré para la elaboración de esta exposición será
la de: ver, juzgar y actuar. De esta manera, comenzaré exponiendo brevemente mi
propia experiencia sobre la situación de los jóvenes que entran en el seminario
(ver), para después, iluminar esa realidad con algunos puntos sobre la
«frónesis» de Aristóteles (juzgar), para, finalmente, aportar unas sencillas
recomendaciones prácticas que nos ayuden a hacer de cada seminarista hombres
que elijan el bien y la virtud por sí mismas y de una manera libre y voluntaria
(actuar).
1.
VER
A partir de mi experiencia de ocho años en la formación de los futuros
sacerdotes, es decir, jóvenes seminaristas entre los 15 y 30 años de edad, cada
vez percibo con más convencimiento la necesidad de que la formación, al mismo
tiempo de estar fincada sobre fundamentos que nos ofrecen los mismos documentos
eclesiales que afrontan y profundizan en los temas formativos, también se
traduzcan en la vida de cada uno de los seminaristas en actos convincentes y atrayentes, que sean como la lógica
consecuencia de vivir una formación plena, virtuosa y feliz.
Al estudiar e ir reflexionando sobre los temas que nos propone
Aristóteles en su Ética a Nicómaco, me llamó fuertemente la atención que los
mismos pueden ser de gran ayuda para la formación de los jóvenes seminaristas,
sobre todo en este cambio de época en que el ser humano no entiende lo que sucede en el mundo, porque siente
que los esquemas que usa para explicarse la realidad ya no le sirven y,
mientras encuentra otros esquemas nuevos, se da un vacío, un desorden, a veces
hasta un caos[1]. ¿No
es esto lo que estamos viviendo y percibiendo, sobre todo los jóvenes? En
efecto, este cambio de época ha creado una fuerte despersonalización, desencanto
y falta de fundamento y de sentido en muchos de los jóvenes de hoy. De esta
realidad no están exentos las vocaciones que hoy piden ingresar al seminario,
ya que están fuertemente influenciados por lo que están viviendo, como hijos de
su tiempo que son.
Uno de los temas que aborda Aristóteles y en el que quiero hacer mayor
énfasis es el tema de la «frónesis». De esta manera nos preguntamos, ¿Qué
elementos ofrecer en la formación desde el buen uso de la razón que se traduzca
en actos buenos y virtuosos?, ¿cómo lograr que los actos diarios de los
seminaristas se caractericen por una buena dosis de sabiduría y prudencia?, en
definitiva, ¿cómo hacer para que los seminaristas lleven una vida virtuosa y
sepan elegir bien, haciendo buen uso de su libertad y voluntad con respecto a
lo que exige la formación sacerdotal y así llevar una formación feliz? Me hago
este tipo de preguntas porque hoy en día es muy difícil y hasta ingenuo, debido
a lo que he mencionado sobre la realidad de los jóvenes que ingresan al
seminario, pensar que con un reglamento interno de formación y disciplina,
bastará para hacer que automáticamente se viva un estilo de respuesta
vocacional virtuosa, sabia y prudente; ya que los seminaristas, más que
reglamentos impuestos desde fuera, exigen razones objetivas y válidas para
llevar a cabo en el día a día, tal estilo de vida.
2.
JUZGAR
Teniendo como base a Aristóteles, he aprendido que
la «frónesis» consiste en vivir la
sabiduría práctica, es decir, en esa
capacidad intelectual de relacionar la sabiduría con las cosas
prácticas, en saber determinar cuál es la virtud o el término medio en las circunstancias de la vida, parafraseando al
mismo Aristóteles quien afirmaba que la virtud estaba en el medio y constituía
el equilibrio entre el exceso y el defecto (in
medio virtus)[2].
Así, la «frónesis» representa
la eficacia intelectual de una mente lúcida y práctica al mismo tiempo,
organizada y con sentido común. Lleva consigo la posesión de un hábito en la persona
que lo guía a elegir apropiadamente, a evaluar la existencia de un tiempo y un
lugar apropiado para hacer las cosas. En otras palabras, es «una disposición,
acompañada de razón justa, dirigida hacia la acción y con referencia a lo que
es bueno o malo para el hombre»[3].
Queda claro en las definiciones expuestas que la frónesis es una virtud que se muestra en la
acción y que le permite a la persona tomar el mejor provecho del momento para
su crecimiento.
En este sentido
afirmamos que vivir una vida ética equivale a estar continuamente haciendo
procesos de reflexión en contexto con las diversas circunstancias que nos
presente la vida, en orden a saber tomar la mejor o las mejores decisiones,
discerniendo qué es lo bueno y mejor por
sí mismo, no sólo para mí, sino también que tenga una consecuencia buena hacia
los demás. De esta manera, confirmamos que el hombre justo es aquel que bajo
cualquier circunstancia y en cualquier situación, practica la virtud, y este
modo de proceder lo llevará a la felicidad, a ser un hombre feliz. Es
importante señalar que en estos procesos de reflexión y discernimiento, la
deliberación es imprescindible, entendida como esa capacidad personal, como esa
sabiduría práctica que me ha de llevar a «separar», a «tener claro», qué es lo que, en un sinfín de entramados
circunstanciales, sí se puede cambiar y, por el contrario qué es lo que no se
puede cambiar. En referencia a esto, Aristóteles señala que la deliberación
siempre será sobre los medios y no sobre los fines; es decir, es indispensable
conocer y separar los medios de los fines en orden a que nuestras decisiones
razonadas y sabias siempre tiendan a elegir lo bueno y mejor sobre los medios,
porque en ellos sí podemos influir y hacer algo, mientras que los fines son ya
situaciones dadas y acabadas en las que no podemos deliberar[4].
Esta doctrina arroja una fuerte luz para hacer prevalecer la vida ética
virtuosa frente al impulso de lo irreflexivo e irracional, de la conveniencia y
del egoísmo, tan fuertemente marcados en muchos de los jóvenes de hoy.
3.
ACTUAR
Teniendo cuenta, en
primer lugar, la realidad de los jóvenes seminaristas, a groso modo presentada
y la «frónesis» de Aristóteles, nos preguntamos: ¿cómo hacer atrayente a los
jóvenes una vida virtuosa?, ¿de qué manera presentarles la necesidad de actuar
en cada circunstancia, teniendo en cuenta la sabiduría práctica?, ¿cómo hacer
para que en su vida de formación sean reflexivos y elijan el bien y lo mejor
para ser felices?, ¿seguirá teniendo validez educar a los jóvenes a través de
premios y castigos simplemente?, ¿es suficiente con que la formación se limite
al cumplimiento fiel de las normas, pero tal vez por presión externa o por
miedo a que no se llame la atención, si no se hace tal o cual cosa, dejando la
virtud y la convicción aparte?
Desde mi
experiencia, considero que la educación a base de premios y castigos funciona
mejor en la etapa de la infancia, pero llega un momento en que en el proceso
evolutivo de la persona, esta manera de proceder, lejos de ayudar a su crecimiento
y formación, puede ser contraproducente, ya que sería nocivo hacer depender
siempre y en todo momento el buen comportamiento sólo a través de factores
externos.
En los jóvenes se
hace necesario un crecimiento a través de la atracción por los valores y
virtudes en sí mismos, es decir, el realizar las cosas por convicción,
responsabilidad y libertad. En efecto, se hace cada vez más necesario presentar
a los jóvenes la belleza, atracción y perfección de los valores por sí mismos,
de manera que la voluntad tienda, como naturalmente, hacia ellos, encontrando
en los mismos la plena satisfacción y felicidad de llevar una vida
virtuosa. Para esto se hace necesaria la
educación, que en nuestro contexto seminarístico sería la formación, de una
manera especial la formación personalizada de la conciencia, en el
acompañamiento continuo de los seminaristas de parte del formador, quien ha de
jugar el papel del pedagogo, de aquél que sabe «educere», es decir, tirar o
sacar fuera las cualidades y bondad que cada joven lleva consigo, y al mismo
tiempo, hacer ver con paciencia la consecuencia de los actos egoístas y, en
contraposición con esto, la consecuencia
de llevar una vida virtuosa.
Además de esto, los
jóvenes de hoy se caracterizan por aceptar fuertes retos e ideales altos y
sublimes, qué reto y desafío el de poner de frente a ellos la belleza de una
vida virtuosa, honesta y sensata, a través de las elecciones llenas de
sabiduría que exigen las circunstancias propias de la formación; qué reto el de
formarse como auténticos hombres que sepan reflexionar, poniendo ante sí las
ventajas de una vida virtuosa que los lleve a ser ellos mismos en la elección de lo bueno y las
desventajas de una vida viciosa o egoísta donde no hay un modo de ser adecuado
para distinguir lo bueno de lo malo, siendo el objeto de su voluntad cualquier
cosa.
En este sentido,
considero que metodológicamente no es oportuno y acertado hacer que los jóvenes
realicen lo que se les pide sólo bajo el argumento de que se tiene que hacer o porque lo dice la
autoridad, o porque si no hacen tal o cual cosa, se les castiga, ya que la
mayoría de ellos mostrarán reticencias y tal vez harán las cosas pero
presionados externamente y sin que de verdad las quieran hacer, cayendo, por
ende, en una formación forzada o fincada en el miedo más que en la libertad y
en la virtud. Siguiendo a Aristóteles, lo oportuno sería comenzar
reflexionando, junto con ellos, a través de ese acompañamiento
personalizado, las razones en las que encontrarán la conveniencia, y no
sólo la conveniencia sino lo bueno, lo bello, lo perfecto, en una palabra la
virtud que los llevará a una vida feliz y convencida para que, de este modo, la
formación entonces sí permee en ellos y no sea sólo una imposición desde fuera
que se centre en fiel cumplimiento de las normas.
De esta manera,
ellos mismos podrían elegir el bien y reflexionar en cada momento y
circunstancia, la elección éticamente mejor por la que han de optar. En
consecuencia, el estar en el seminario supone, pues, el estar bien en el
seminario, o sea trascender el puro estar de la naturaleza hacia un estar
edificado en la felicidad que se traduce en los actos virtuosos que realizamos.
CONCLUSIÓN
Sin duda, la realidad no es tan sencilla como se describe en la tinta de
los libros o de los cuadernos, siendo así que no es tan sencillo llegar a ser
un hombre virtuoso y saber actuar de acuerdo a la prudencia práctica en cada
circunstancia.
Sin embargo, esta sencilla exposición ha querido ser un aporte que pueda
brindar algunos elementos en la formación de los jóvenes, en orden a que la misma formación sea vivida de una
mejor manera, haciendo jóvenes virtuosos y felices, convencidos de optar
siempre por el bien y lo mejor para sí mismos y reflejándolo en el trato asiduo
dentro de una comunidad.
Seguramente Aristóteles seguirá siendo un referente para muchos temas,
debido a su claridad y sabiduría para exponer su doctrina, así como su
universalidad y lógica que utiliza en los mismos, con razón Herodoto lo llamó:
«Maestro de aquellos que saben».
BIBLIOGRAFÍA
·
CELAM, Documento de Aparecida.
Discípulos y misioneros de Jesucristo
para que nuestros pueblos en Él tengan vida, Dabar, México 2007.
·
ARISTÓTELES, Ética nicomáquea. Ética eudemia, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 1985.
172-175.
·
RODRIGO LUÑO Ángel, Ética, Eunsa, Pamplona 19915.